Alberto Híjar
Una gran moción de procedimiento es el espectro político actual. En
realidad, aísla al Parlamento y los partidos políticos porque a nadie
más que a ellos importa si Calderón leerá su informe anual o lo
entregará y se irá o lo enviará por correo. Sucede así que la moción
de procedimiento descubre su raíz manipuladora. Todos los
participantes en asambleas sabemos que un recurso de distracción
eficaz es pedir moción de procedimiento, para eludir la discusión de
fondo y dar tiempo para el reacomodo de acuerdos y negociaciones.
En el caso actual, el fondo es terrible porque se refiere a la reforma
fiscal y a la reforma del estado. Los comentaristas de televisión y
radio con espacios en la prensa mercantil, procuran fomentar el debate
y de manera cínica aluden a los chantajes de "que tú me dejas la
tribuna y yo absuelvo a tu góber precioso y ya dejé sin tocar a Ulises
Ruiz". La justicia, la reforma fiscal, la reforma del estado, la Ley
del ISSSTE cuestionadísima, el porvenir del Seguro Social, pierden su
calidad de estrategia económico-política para reducirse a objetos de
negociación por el poder inmediato. El rito del informe resulta así un
rito de poder que en medio del desprestigio y la ilegitimidad, procura
posicionarse frente a una oposición dispuesta al regateo beneficioso
de sus intereses más mezquinos. Nada de principios políticos está en
juego.
La moción de procedimiento descubre las inconsistencias políticas y
sus graves consecuencias económicas porque al fin, los operadores de
éstas, siguen con su trabajo discreto y constante y sólo comparecen en
público en situaciones extremas muy especiales. Carstens, el bien
cebado secretario de Hacienda y Sojo, los técnicos experimentados en
relaciones de sumisión con el Imperio que no es sólo Estados Unidos
sino el Banco Mundial, el FMI y demás calamidades, trabajan
silenciosos y sólo miran la lejana perspectiva de legalización de sus
decisiones. Está creado así un operativo de distracción constante
donde pareciera que la oposición de veras lo es, cuando todo lo que
hace es exigir una moción de procedimiento para sustituir un rito por
otro donde parezca que diputados y senadores compiten con el Poder
Ejecutivo.
Pero lo que avanza es el desinterés público por estas maniobras. El
poder se intuye como dimes y diretes de dirigencias partidarias, de
diputados y senadores y de periodistas designados como especialistas
por algún alto funcionario, que los ayuda a parecer independientes y
tener criterio propio al ser nutridos de cuando en vez con expedientes
filtrados que los hacen aparecer como investigadores que sacan
información donde los demás sólo vemos oscura impunidad. Tal es el
caso, por ejemplo, de Riva Palacio quien a partir de informaciones de
seguridad nacional, contribuye al terrorismo de estado al inculpar a
familias enteras por el clandestinaje de alguno de sus miembros. La
profesión de periodistas madrinas resulta coadyuvante de la ilusión
del Estado que quiere convencerse y convencernos de que todos somos
idiotas y hay que dejar en garras de diputados, senadores, dirigentes
de partidos bien maiceados y comentaristas corruptos, las
orientaciones de la economía política y la ideología que la reproduce.
Asombran los periodistas madrinas. Merecen este nombre porque operan
igual que los hombres de confianza de los policías judiciales para
infiltrarse, delatar, vigilar, difamar y amenazar a nombre del patrón.
No tienen cargo oficial a cambio del legendario chayote ajeno a toda
ley de transparencia porque significa regalitos un coche lujoso por
ahí, un equipo de computación por allá, un viaje a todo lujo, un reloj
o un juego de plumas carísimos, todo esto que personajes como Elba
Esther Gordillo solían hacer público al repartir canastitas con
chocolates que cubrían los lujosos presentes de fin de año,
centenarios incluidos. Los periodistas madrinas fingen influencia
porque lo mismo están en consejos de periódicos con circulación
tramposa porque declaran cientos de miles cuando no llegan a cien mil
ejemplares diarios, que escriben libros de ocasión o aparecen en radio
y televisión. Pero en realidad su influencia no pasa de los corrillos
en los centros partidarios, en los pasillos de las oficinas de
gobierno y en las mesas donde desayunan, comen, cenan o se
emborrachan.
La multitud responde con la abstención electoral. Ya no hay elección
que no prevea una abstención entre 60 y 70%, lo cual coloca a
cualquier triunfador como representante de una minoría de menos de la
tercera parte del padrón. Con la moción de procedimiento, contribuyen
a aumentar el abstencionismo desaprovechado por los partidos que se
consumen en sus disputas internas y no saben cómo plantear posiciones
porque han abandonando los principios y creen que todo es cuestión
negociable. Especialmente lamentable es la izquierda electoral,
incapaz aquí y en otras partes de enfrentar la escalada internacional
de la democracia cristiana y empresarial que al menos cuenta con una
publicidad escandalosa, amarillista y chantajista. Gana Macri en
Buenos Aires y las izquierdas pierden votos, corruptos del tamaño de
Daniel Ortega y Alan García recuperan las presidencias de Nicaragua y
Perú, Fujimori se lanza de candidato en Japón mientras la orden
judicial de arraigo por sus asesinatos lo mantiene en Chile. No somos
nada y sólo las reformas de fondo consolidan un extraño capitalismo de
Estado benefactor en Venezuela, mientras la derecha golpista boliviana
pone en jaque al gobierno de Evo Morales y plantea la separación de
las provincias dominadas por la reacción. Y acá, mociones de
procedimiento mientras el terrorismo de estado desaparece ciudadanos
críticos y mantiene en la cárcel a dirigentes y víctimas de
levantamientos populares, sin que, por ejemplo el PRD, levante mención
alguna en su despolitizado congreso de las arrebatingas. ¡Qué pena con
los intelectuales que creyeron que podían dar apoyo crítico a López
Obrador sometido al dilema de la legitimidad en crisis! Desde un
distinguido filósofo de la liberación como Enrique Dussel hasta
universitarios marxólogos como Jorge Veraza, callan ante la reducción
de la política a moción de procedimiento y no muestran intenciones de
autocrítica que tanta falta hace como punto de partida para ejercer la
crítica radical, hacia la raíz de tanta infamia.
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